Sucedió allá en los albores de la humanidad. Un lejano antepasado tuyo y mío recoge 2 piedras diferentes y las frota una contra la otra hasta que salta una chispa. Comienza la historia del fuego. Esa llamarada que tanto se diferencia de las piedras que la provocaron.
Con el marketing político ocurre algo diferente pero parecido.
El marketing es una de las piedras. Una disciplina asentada, establecida y respetada dentro del marco de la gestión profesional de las empresas. Nacida del deseo de vender más y mejor.
Y la política es la otra piedra. Una actividad profundamente humana nacida del deseo de resolver pacíficamente los asuntos colectivos. Reconocida como tal dentro de ese ámbito.
Pero cuando las dos piedras se frotan vigorosamente entre sí…entonces salta la chispa y se enciende el fuego de la polémica. Surge el marketing político.
El mundo de la política oscila entre demonizar y santificar al marketing político. Lo cual no deja de ser un código binario limitante, ya que la respuesta está más allá de ambos polos de la contradicción.
La realidad del marketing político
Yo tenía 20 años aquella noche, sentado en la platea del teatro. El escenario era una especie de jaula donde 4 personajes se movían como piezas de ajedrez sobre un piso que simulaba los escaques de un tablero. La obra, oscura y sombría, era Final de Partida de Samuel Beckett. Representaba un mundo estático, muerto, ritualizado, atravesado por la desesperación y la violencia. Un verdadero infierno.
Afuera del teatro, la realidad política reforzaba la idea de infierno. Montevideo, capital de Uruguay, vivía la oscura noche de una dictadura violenta que ya llevaba varios años. Había miedo en las calles. Y policías y soldados y patrullas y detenciones. Había resistencia, también. Pero detrás de escena estaba lo más invisible: muertos, desaparecidos, torturados y un superpoblado campo de concentración irónicamente denominado ‘Libertad’ (sic).
El infierno, literalmente.
20 años después, ya en plena democracia, el ex Presidente uruguayo Luis Alberto Lacalle me cuenta cual es su idea acerca del paraíso. Sentado frente a mi en su despacho de su casa del residencial barrio de Carrasco, habla con voz pausada por la emoción. A nuestro alrededor, estantes repletos de libros cubren las paredes desde el piso hasta el techo. Lo que me dijo aquella tarde me quedó grabado a fuego.
El paraíso, para él, era un lugar donde se encontraría con todos sus seres queridos, con los perros que amó, con los libros que lo emocionaron, con los paisajes más bellos que conoció, con los mejores momentos de su vida y con todo lo bueno y lo gratificante que alguna vez experimentó. Todo en armonía. Todo presente en un mismo lugar, y para siempre.
El paraíso, literalmente.
Pero no todo es infierno o paraíso.
Años más tarde, una frase de Blais Pascal me agregó la pieza que faltaba en el caleidoscopio. Pascal escribió que “entre nosotros y el cielo o el infierno no hay más que la vida, que es la cosa más frágil de todas“.
La vida, pues. Con todas sus contradicciones y su complejidad. Con sus maravillas y sus horrores. Con sus picos altos y bajos y también con sus días grises y planos. Con sus oscuridades de infierno y sus destellos de paraíso.
¿Acaso me olvidé de la política?
Para nada.
En realidad todo lo que leíste hasta acá es sobre política. Sobre marketing político.
Algunos creen que el marketing político es una actividad oscura, baja, negativa. Que intenta vender candidatos como si fueran jabones. Que desnaturaliza a los partidos políticos. Que engaña a los votantes. Que dibuja realidades ilusorias, ficciones que se derrumban a poco de andar. Que falsifica las ideas políticas. Que pretende enmascarar las ideologías. Que manipula a los ciudadanos. Que maquilla y viste a los políticos, preparándolos para el engaño. Que tuerce voluntades y elecciones.
Una criatura infernal, por cierto.
Otros, en cambio, creen que el marketing político es una actividad perfecta y pura. Que mejora a los políticos, a los partidos, a los gobiernos y a los candidatos. Que les quita sus impurezas. Que pone en práctica recetas infalibles y que han sido probadas y comprobadas en múltiples elecciones. Que contratando a ese consultor político tan nombrado asegura que serás el Presidente, el Alcalde, el Gobernador o tal vez Diputado o Senador.
Una criatura celestial, por cierto.
Pero ambas visiones son unilaterales. No son simples sino simplistas. El caleidoscopio es más complejo y son muchas más las variables que intervienen. La vida, con su fragilidad, como escribía Blas Pascal.
El marketing político bien entendido es una actividad profesional, un método de trabajo, una disciplina seria que no cambia la historia pero que aporta elementos relevantes a las campañas electorales, a la comunicación política, a los partidos y a los gobiernos.
Método.
Resalto ese concepto porque está en el núcleo mismo del marketing político. Método.
Porque tus ideas políticas, por más maravillosas que creas que son, necesitan un método para lograr que otros muchos las acepten, las defiendan, las promuevan y se las apropien.
Sin método esos ideas quedan desprotegidas, inoperantes, aisladas. Quedan crudas, en estado salvaje, solo aptas para moverse en pequeños círculos cerrados.
Con método esas ideas pueden desplegarse, difundirse, explicarse y encarnarse en los demás.
Método. Esa es la gran diferencia que aporta el marketing político.
No es lo que piensas…
El marketing político no es lo que piensas, por lo menos en 2 sentidos:
- ¿Piensas que solo con tus ideas políticas alcanza para el crecimiento de tu partido, tu liderazgo o tu candidatura? Pues no. Te falta método y eso solo te lo aporta el tan vilipendiado marketing político.
- ¿Piensas que solo contratando un gran consultor político alcanza para lograr tus objetivos? Pues tampoco. Te faltan ideas, contenidos, proyectos, y eso solo te lo aporta la tan vilipendiada política.
Por: Daniel Eskibel